Se llama CATHEDRA, la silla eminentemente reservada al Obispo cuando preside la ASAMBLEA LITURGICA, para el Presbítero se llama SEDE PRESIDENCIAL. Sabemos que las Cátedras usadas por los Apóstoles y por los primeros Obispos eran conservadas celosamente y por una facil deducción habían llegado a ser símbolo perenne de una autoridad y de un magisterio superior. En Roma, en efecto, la cátedra de San Pedro fué en seguida objeto de culto litúrgico dirigido a su suprema autoridad paternal. Desde el siglo II se presenta a Cristo sentado en su Cátedra rodeado de los Apóstoles enseñándoles. Más tarde la sola cátedra, vacía o coronada por una cruz, se convierte en el símbolo de la divinidad. Desde la Cátedra el Obispo predica, notaba San Agustín que desde allí se veía todo, allí se sentía realmente Obispo, inspector y guardían de todo su pueblo (Cfr. Augus. Sermo 94,5). Este concepto ha sido tenido en tan alta estima que existió la CEREMONIA DE LA ENTRONIZACION del OBISPO, esta posesión simbólica significaba la designación de manera explícita a los fieles de su pastor, maestro y gran sacerdote. Hoy el puesto de la Cátedra se prefiere al lado derecho del Altar. De allí que la Iglesia donde el Obispo tiene su Cátedra se llame Catedral. Es por tanto la más importante (Iglesia Mayor) Es el centro espiritual de la Diócesis porque designa el lugar donde el Obispo reside, donde gobierna, donde celebra, donde enseña, donde a través de las Ordenaciones, provee y renueva las filas del clero.
La Liturgia es "el manantial y la cumbre" de la actividad eclesial porque es la forma como hoy Cristo, cabeza de la Iglesia ejerce su sacerdocio junto con ella, su cuerpo. La Eucaristía es a su vez el centro de la Liturgia "manantial y cumbre", "raíz y quicio" de la Iglesia, porque es la principal presencia de Cristo en su comunidad. En la Celebración Eucarística Cristo está presente en varias formas que se interrelacionan y complementan: "Cristo está presente en el Sacrificio de la Misa... en la persona del Ministro" (Cfr. SC. 7). Esta acción del presidente de la celebración que actúa "IN PERSONA IPSIUS CHRISTI CAPITIS" ("en la persona del mismo Cristo, Cabeza") se expresa de distintos modos: entre otros, en las vestiduras y el lugar que ocupa.
Su origen lo podemos históricamente encontrar en referencias que hacían a ello: San Ignacio de Antioquía, en la Didascalia de los Apóstoles (Cfr. Capt. 57. 2-4), y algunos pretenden encontrarla en la lectura de Apc. 4-8. La sede tiene así una importancia radical, desde ella "el Sacerdote celebrante dice la homilía, de pie, o sentado, o desde el ambón" (IGMR n. 26). La sede debe significar el MINISTERIO CAPITAL DE CRISTO.
LOS "PECADOS" CONTRA LA SEDE:
-Fue convertida en un trono bajo dosel, (IGMR n. 271 "evítese toda apariencia de trono")
-Se le tripicó en razón de las "Misas Cantadas" donde había Preste, Diácono y Subdiácono.
-La consideraron lugar de "descanso" por tanto no la colocaban de frente a las gentes sino de perfil.
-Se la vulgarizó, una silla entre otras tantas.
-NO se diferencia de la de los demás celebrantes. (aunque haya muchos concelebrantes de la misma dignidad de Orden, uno sólo es el que preside IN PERSONA IPSIUS CHRISTI CAPITIS).
-O han colocado una banca en la que caben varias personas.
-Está mal colocada. Si se coloca detrás del Altar debe quedar más alta para que se vea el que Preside. No se debe colocar DELANTE del Altar (lo cual daña la dignididad céntrica de la "mesa de la Cena del Señor y de su Sacrificio") (Cfr. IGMR 271)
-Es de "quita y pon" (aunque no se esté en uso, la sede simboliza la presencia de Cristo Pastor y Jefe de su pueblo, como el Altar y el Ambón simbolizan respectivamente a Cristo Sacerdote y a Cristo Profeta).
-NO HAY. Se ha perdido su importancia simbólica.
-NO SE USA. (o todo lo hacen desde el Altar o todo lo hacen desde el Ambón).
-Otros presidentes de celebración, más absurdamente, van a sentarse entre el pueblo. Olvidándose de su Ministerio de hacer VISIBLE a Cristo, SIRVIENDO a la comunidad en el MINISTERIO de la presidencia, expresado en un lugar especial llamado SEDE.
La Liturgia es "el manantial y la cumbre" de la actividad eclesial porque es la forma como hoy Cristo, cabeza de la Iglesia ejerce su sacerdocio junto con ella, su cuerpo. La Eucaristía es a su vez el centro de la Liturgia "manantial y cumbre", "raíz y quicio" de la Iglesia, porque es la principal presencia de Cristo en su comunidad. En la Celebración Eucarística Cristo está presente en varias formas que se interrelacionan y complementan: "Cristo está presente en el Sacrificio de la Misa... en la persona del Ministro" (Cfr. SC. 7). Esta acción del presidente de la celebración que actúa "IN PERSONA IPSIUS CHRISTI CAPITIS" ("en la persona del mismo Cristo, Cabeza") se expresa de distintos modos: entre otros, en las vestiduras y el lugar que ocupa.
Su origen lo podemos históricamente encontrar en referencias que hacían a ello: San Ignacio de Antioquía, en la Didascalia de los Apóstoles (Cfr. Capt. 57. 2-4), y algunos pretenden encontrarla en la lectura de Apc. 4-8. La sede tiene así una importancia radical, desde ella "el Sacerdote celebrante dice la homilía, de pie, o sentado, o desde el ambón" (IGMR n. 26). La sede debe significar el MINISTERIO CAPITAL DE CRISTO.
LOS "PECADOS" CONTRA LA SEDE:
-Fue convertida en un trono bajo dosel, (IGMR n. 271 "evítese toda apariencia de trono")
-Se le tripicó en razón de las "Misas Cantadas" donde había Preste, Diácono y Subdiácono.
-La consideraron lugar de "descanso" por tanto no la colocaban de frente a las gentes sino de perfil.
-Se la vulgarizó, una silla entre otras tantas.
-NO se diferencia de la de los demás celebrantes. (aunque haya muchos concelebrantes de la misma dignidad de Orden, uno sólo es el que preside IN PERSONA IPSIUS CHRISTI CAPITIS).
-O han colocado una banca en la que caben varias personas.
-Está mal colocada. Si se coloca detrás del Altar debe quedar más alta para que se vea el que Preside. No se debe colocar DELANTE del Altar (lo cual daña la dignididad céntrica de la "mesa de la Cena del Señor y de su Sacrificio") (Cfr. IGMR 271)
-Es de "quita y pon" (aunque no se esté en uso, la sede simboliza la presencia de Cristo Pastor y Jefe de su pueblo, como el Altar y el Ambón simbolizan respectivamente a Cristo Sacerdote y a Cristo Profeta).
-NO HAY. Se ha perdido su importancia simbólica.
-NO SE USA. (o todo lo hacen desde el Altar o todo lo hacen desde el Ambón).
-Otros presidentes de celebración, más absurdamente, van a sentarse entre el pueblo. Olvidándose de su Ministerio de hacer VISIBLE a Cristo, SIRVIENDO a la comunidad en el MINISTERIO de la presidencia, expresado en un lugar especial llamado SEDE.
EL ALTAR
La Eucaristía es el centro del culto de la Iglesia, y el altar, el eje alrededor del cual gira toda su liturgia. Por eso, la Iglesia tributa al altar honores soberanos, como a símbolo de Cristo e imagen de aquel altar celeste en que, según las visiones del Apocalípsis (Apc. 5,6ss), Jesucristo perpetuamente sigue ejerciendo por nosotros las funciones de su Eterno Sacerdocio. (Cristo, único Sacerdote, altar y sacrificio, único mediador; también el Altar es el centro, la mesa a la cual se invita a toda la Iglesia a participar de ella). Parece que antiguamente el altar fue una de las mesas llamada trípodes que estaban en cualquier casa de los Patricios, a la cual fueron considerando como RES SACRA (cosa sagrada) por la sangre de Cristo.
El concilio de EPAON (517) prohibe los altares y sedes de madera, ya que los anticatólicos era lo que primero quemaban o destruían, y pasaron entonces a hacerlos de piedra, (atendiendo también la lectura de las Escrituras, según las cuales eran de piedra los altares erigidos por los Patriarcas Abraham, Isaac y Jacob),marmol o materiales preciosos (especialmente en la paz de Constantino) (de esta manera querían evitar profanaciones) y se fijan de manera estable al suelo incluso llegan a asociarlo con la reliquia de los mártires.
De la mesa de madera se pasó al material sólido que consistían en una mesa de piedra casi cuadrada sostenida por una sola columna o por cuatro, cada una en un extremo; luego vino una totalmente en forma de cubo vacío donde se colocaban las reliquias de los mártires, después en forma de cubo macizo levantado sobre el sepulcro de un mártir. (esto último condujo a la búsqueda febril de reliquias de Mártires para la dedicación de nuevos altares). Ante la escases de reliquias de santos y de mártires se colocaron tres hostias consagradas, que luego fueron cambiadas por tres granos de incienso, pero en el siglo XIV se prohibió tal costumbre.
Para los antiguos cristianos el altar tenía una significación tal que era considerada una mesa santa, sin mancha, que no puede tocarla cualquiera, sino los sacerdotes y con circunspección religiosa (Cfr. S. GREGORIO NISENO, De anima et resurrect., 14). Por esto según la antigua disciplina nada podía colocarse sobre el altar que no sirviese directamente para el sacrificio. Por esto mismo la Iglesia ordenó que el Sacerdote y el diácono lo besaran (y antiguamente eran varios los besos que durante la celebración se le daban). Entonces la historia del Altar cambió con el tiempo y con la importancia que se dió al culto de los mártires, lo que llevó a colocarlo contra las paredes debido a los hermosos y ricos retablos que se edificaron para resaltar sus virtudes, de allí que el Sacerdote tuviera que celebrar la Eucaristía de espaldas al pueblo, con todos los inconvenientes que esto trajo. Hubo momentos en que se le adornó con los famosos Baldaquinos,especialmente en el tiempo de Constantino (como el construido por Miguel Angel en San Pedro en Roma). También existieron los Altares Sagrarios, colocándose encima de ellos el Sagrario que contenía el Santísimo. (Rezagos de esto se contemplan por ejemplo en el Santuario de Nuestra Señora del Milagro "El Topo" en Tunja). -Por decreto de la Congregación de Ritos, del 21 de agosto de 1863 se prohibió formalmente ésta forma de conservar la Eucaristía- y el Papa Benedicto XIV en su Constitución ACCEPIMUS (16 de julio de 1746) pedía declararla VIGENS DISCIPLINA. (1) La IGMR en los nn. 259, 262 y 263-267 resaltan el tema del Altar y dicen que éste preferentemente debe ser construido de PIEDRA NATURAL, es bien decir que se busca que sea inamovible, lo mismo que el Ambón y se puede extender esto a la Sede.
El altar también se suele decorar con un ANTIPENDIO o sea un velo o tela rica que cuelga por delante del altar. Sin embargo ahora no se nombra esto en los libros Litúrgicos, se busca preferentemente que nada obscureza lo que se celebra encima del Altar. En algunas de nuestras Iglesias se conservan las CANCELAS, una cerca baja que servía para separar el presbiterio de la nave central. Dividía el lugar reservado al clero del espacio propio de los fieles. En la Iglesia antigua eran rigurosísimas las normas que prohibían a los seglares, especialmente a las mujeres, el acceso al santuario. (Por ejemplo el Concilio de Laodicea -S. IV-). estas balaustradas se fueron enriqueciendo ostentosamente y dieron origen a las PERGOLAS, (llegaron a ser especies de columnas ricamente adornadas que hacían parte de las cancelas).
"El Señor Jesucristo, al instituir, bajo la forma de un banquete sacrificial, el memorial del sacrificio que iba a ofrecer al Padre en el ara de la cruz, santificó la mesa en la cual se reunirían los fieles para celebrar su Pascua, Así, pues, el altar es mesa de sacrificio y de convite en la que el Sacerdote, en representación de Cristo Señor, hace lo mismo que hizo el Señor en persona y encargó a los discípulos que hicieran en conmemoración suya..."
(Introducción a la dedicación de un altar)
"Es competencia del Obispo, a quien está encomendado el cuidado de la Iglesia particular, dedicar a Dios los nuevos altares levantados en su Diócesis... en circunstancias especialísimas puede dar un mandato especial para ello a un presbítero".
(Ceremonial de los Obispos Nn. 918ss)
No se deben colocar sobre el altar cuadros o reliquias de santos para la veneración de los fieles (op.cit. 921).
"Padre celestial, que quisiste atraer todas las cosas hacia tu Hijo, levantado en el altar de la cruz, infunde tu gracia celestial sobre quienes te dedicamos este altar, en el que NOS ALIMENTARAS PATERNALMENTE, cuando nos congreguemos EN LA UNIDAD, para que, con la gracia del Espíritu Santo, formemos un pueblo a ti consagrado. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos". AMEN.
(Pontifical. Para la dedicación de un Altar. Oración Colecta. Pag. 586)
Nota: Es importante leer la Instrucción General del Misal Romano
LITURGIA
EL AMBÓN:
UN LUGAR SIGNIFICATIVO EN LA ASAMBLEA
NOTA: sobre este Tema pueden consultar, entre otros, Revista VIDA PASTORAL. Año 30 No. 106 Abril/junio 2002
EL AMBÓN, UN LUGAR DE LA PALABRA:
LOS TESTIMONIOS DEL PASADO
E1 ambón, lugar desde el que, en la liturgia son pro¬clamadas las Escrituras, como es sabido, es descendiente directo de la tribuna desde la que se leen los libros santos en la sinagoga y como tal tiene su ante¬pasado y progenitor en la tribuna alta desde la que el sa¬cerdote Esdras, en el momento de la reconstrucción en tiempo del Gobernador Nehemías, leyó delante de todo el pueblo reunido el reencontrado libro de la Ley (Ne 8, 4).
Su nombre deriva del griego anabaino (subir en alto). Otros menos exactamente lo hacen derivar del latín ambio (rodear) porque se trata de una tribuna que rodea por to¬dos lados al lector.
Otros nombres latinos que ha tenido son pulpitum, suggestus, pluteus, pyrgus, ábsida, exedra y también auditorium, tribunal, dicterium, lectridum, legitorium, analogium: todos son nombres que mientras que indican la destinación a la proclamación de la Palabra, subrayan la altura del ambón.
Sabemos de ambones en las iglesias cristianas desde el s. IV, es decir, desde que terminadas las persecuciones, los cristianos pudieron organizar su propia vida litúrgica y construir lugares de culto.
El primer testimonio oficial viene del canon 15 del Conci¬lio de Laodicea, que en 371 habla de él como de un ele¬mento conocido de todos: de hecho, prohíbe subir a él cualquiera que no esté encargado oficialmente de la lec¬tura bíblica o del canto de los salmos en la liturgia.
Desde entonces, los testimonios se multiplican tanto en Oriente como en Occidente. Me limito a citar el de Grego¬rio de Tours, que, hablando de la basílica construida sobre el sepulcro de Cipriano dice: "el analogius sobre el cual se pone el libro para leer es maravilloso... está hecho de un solo bloque de mármol, se compone de un plano al que se sube por cuatro gradas, de una balustrada que lo circunda y de cuatro columnas que lo sostienen desde abajo, de he¬cho es un pulpito en el que pueden estar ocho personas". Y el de Víctor de Vita, que en la historia de las persecucio¬nes de los vándalos narra cómo un salmista fue traspasa¬do en la garganta por una flecha mientras cantaba el Aleluya desde el ambón.
El más célebre entre los ambones de la antigüedad es segu¬ramente el de la Basílica de Santa Sofía, en Constantinopla, del que Pablo Silenciario nos ha dejado una descripción:
"Este ambón consistía en una gran tribuna, alzada hacia el centro del edificio, bajo la cúpula. Su masa lo hacía parecer una torre deslumbrante por el fuego de innumerables piedras preciosas engastadas en los mármoles de los colo¬res más raros y espléndidos.
El ojo reposaba sobre superficies de plata y de marfil que contrastaban con el esplendor de los otros. Sobre el palco se erguía una logia revestida de láminas de oro". Tenía dos escaleras, una hacia Oriente, la otra hacia Occidente; tenía dos pisos: un palco inferior para las Escrituras, y uno su¬perior, sólo para el Evangelio. Sobre la logia había una cúpula coronada por la cruz. Desde el ambón hasta la so¬lea había un corredor con fino enrejado.
La época de oro de los ambones es entre los siglos VI-XII, que nos ha dejado magníficos monumentos que maravillan por su riqueza simbólica y su profundidad teológica. Des¬pués, al volverse cada vez menos importante e incompren¬sible la lectura de las Escrituras y con el debilitamiento de la centralidad del misterio pascual en la vida de la Iglesia y en la liturgia, y habiéndose separado la predicación de la Pala¬bra de Dios, proclamada en la celebración, el ambón fue gra¬dualmente sustituido por el púlpito, hasta que entre el final se deja a la contemplación de los turistas y de los conoce¬dores.
LA REFORMA LITÚRGICA: DEL REDESCUBRIMIENTO DE LA PALABRA
AL DEL AMBÓN
El movimiento litúrgico afirmado luego en el Concilio Va¬ticano II ha redescubierto la importancia de las Escrituras y de su proclamación en la liturgia, como lo atestiguan los esfuerzos realizados y las estratagemas inventadas en dis¬tintos países desde el comienzo del siglo hasta las víspe¬ras del Concilio para hacer inteligibles las lecturas bíblicas de la liturgia: grupos bíblicos, vigilias, misalitos y subsi¬dios varios, comentadores, paráfrasis, traducciones.
Su importancia no deriva sólo del hecho que de la Escritu¬ra se toman las lecturas que serán explicadas en la homilía y los salmos que serán cantados en la celebración, sino que de su fuerza y de su espíritu están permeadas las pre¬ces, las oraciones y los himnos, y de ella toman significa¬do las acciones y los gestos litúrgicos (SC 24).
Pero en primer lugar, del hecho que cuando en la liturgia se leen las Escrituras, Cristo está presente en su Iglesia (ib, 7), más aún, es Él mismo el que habla cuando se pro¬clama su Evangelio (ib. 33). Por esto el Concilio desea que la mesa de la Palabra de Dios en la liturgia, esté dispues¬ta de forma abundante, amplia, sabrosa (ib. 35), sobre todo en las misas (ib 51-52).
La Dei Verbum, además, una vez que afirma la estrecha relación entre las santas Escrituras y el Cuerpo de Cristo, las unas y el otro pan de vida, pone sobre el mismo plano la veneración con que siempre han sido rodeadas las Escrituras en la Iglesia y la tradicionalmente tributada al Cuerpo de Cristo en la Eucaristía (Dei Verbum, 21).
Esta toma de conciencia debía inevitablemente llevar al redescubrimiento del lugar de la proclamación de las Es¬crituras en el espacio litúrgico.
Prueba de ello es el itinerario de la reforma litúrgica, des¬de la instrucción ínter Oecumenid del 26 de septiembre de 1964, que se limita a prescribir: "Es conveniente que haya (en la Iglesia) un ambón, o ambones, para la proclamación de las sagradas lecturas. Que estén dispuestos de tal modo que el ministro pueda ser cómodamente visto y oído por los fieles" (n. 96), al Misal Romano de 1970.
Éste, en sus Praenonata, establece que el ambón no debe ser un simple facistol móvil, sino un lugar apto para la pro¬clamación, hacia el que converja la atención de los fieles, precisa que desde él sean proclamadas las lecturas, el salmo responsorial, el pregón pascual, y, eventualmente, la homilía y la oración universal, por la estrecha relación que tienen las lecturas, e indica a los ministros que regu-larmente pueden subir a él: el diácono, el lector, el salmista, pero no el cantor, el comentador y el animador del canto (1GMR 272).
Por último, la Introducción al Ordo Lectionum Missas, segunda edición de 1981, una vez afirmada la importancia de la Palabra en la celebración, que en ella tiene su fundamen¬to y de ella toma su fuerza -al punto que por ella la cele¬bración es un evento nuevo y enriquece la Palabra misma con una nueva eficaz interpretación (n. 3)- explica que el lugar de la proclamación de la Palabra, además de favore¬cer la escucha y la atención de los fieles, debe ser elevado, estable, bien cuidado, oportunamente decoroso, suficien¬temente espacioso, respondiendo a la dignidad de la Pa¬labra, de modo de hacer percibir, por su estructura y su forma, la relación existente entre la mesa de la Palabra de Dios y la del cuerpo de Cristo (ib. nn. 32-33).
EL AMBÓN: DE LA FUNCIÓN AL SÍMBOLO
Esto significa que, como todos los lugares, los objetos y las demás cosas destinados al culto, el ambón debe expre¬sar una realidad y significados que van más allá de la pura funcionalidad, aunque ésta sigue siendo ciertamente funda¬mental. La ritualidad con la que el hombre relaciona su vida con el mundo divino y recoge su irrupción, nunca es pura función utilitaria, sino gratuidad, poesía, belleza, expresión simbólica, signo y símbolo de realidades superiores. Ella no se agota en las palabras y en los gestos, sino que abarca materiales, formas, luces, colores, expresiones artísticas.
El significado que el ambón tiene en la liturgia deriva de la naturaleza de la Palabra que en él es proclamada. El ambón, como la tribuna de las sinagogas y la tribuna alta de madera desde la que el sacerdote Esdras leyó al pueblo el libro de la Ley descubierto, es el lugar de las Escrituras. Pero según la enseñanza del Señor, el día de la Resurrección otro; altura que anuncie el Monte de la antigua y nueva Ley y exprese la trascendencia de la Palabra que viene de lo alto, y exige, para ser acogida, que nos elevemos de los problemas y de las preocupaciones contingentes de cada día: son constantes que necesitan seguramente ser reinterpretadas y traducidas, pero que no pueden ser ignora¬das por los ambones de nuestras iglesias, si se quiere que la proclamación de la Palabra en la liturgia no sea una simple lectura de un texto sacro, sino una celebración del Verbo, luz y vida, por el cual todo ha sido hecho, que se hizo carne, levantó su tienda en medio de nosotros para relevarnos la gloria del Padre y llenarnos de la gracia y la verdad que están en Él, para darnos el poder de llegar a ser hijos de Dios y conducirnos, vencedor de la muerte, consigo al seno del Padre.
Escribe Crispino Valenciano, al concluir su estudio sobre el ambón en candelabro: "Una deculturación idéntica a aquella por la que el día del Señor" se hizo domingo del reposo semanal y del precepto festivo, ha dañado en mala forma el ambón, haciendo de él, ayer el pulpito de la pre¬dicación parenética, y hoy un facistol de la lectura ritual.
Es el proceso de la función que disminuye la estructura, y por lo mismo el signo que, alejado de todos sus compo¬nentes simbólicos, no logra hacer presente lo ausente: el significado no brota y la celebración se desvanece.
La actual reforma litúrgica ha tratado de reclutar el ambón; pero de hecho se ha aclimatado -junto a altares sin criterio y a bautisterios inexpresivos- horribles añadi¬dos que ni siquiera son funcionales; pueden ser funciona¬les solamente por los aparatos acústicos incorporados a ellos, que de los pulpitos construidos con buen gusto y buen sentido del siglo XVI en adelante sólo estructuran la insignificancia simbólica".
Si queremos recuperar el sentido de la celebración superan¬do el funcionalismo y el consumismo litúrgico que aflige a nuestra época, es necesario "reculturar" el ambón como lugar de la celebración de la Palabra, lugar del que viene ritualmente proclamado el Evangelio de la Resurrección ce¬lebrado en los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía, celebración él mismo de este misterio, preparado por los profetas, anunciado por los apóstoles, cantado por la Iglesia con las palabras de los salmistas, actuado en los sacra¬mentos pascuales.
La Eucaristía es el centro del culto de la Iglesia, y el altar, el eje alrededor del cual gira toda su liturgia. Por eso, la Iglesia tributa al altar honores soberanos, como a símbolo de Cristo e imagen de aquel altar celeste en que, según las visiones del Apocalípsis (Apc. 5,6ss), Jesucristo perpetuamente sigue ejerciendo por nosotros las funciones de su Eterno Sacerdocio. (Cristo, único Sacerdote, altar y sacrificio, único mediador; también el Altar es el centro, la mesa a la cual se invita a toda la Iglesia a participar de ella). Parece que antiguamente el altar fue una de las mesas llamada trípodes que estaban en cualquier casa de los Patricios, a la cual fueron considerando como RES SACRA (cosa sagrada) por la sangre de Cristo.
El concilio de EPAON (517) prohibe los altares y sedes de madera, ya que los anticatólicos era lo que primero quemaban o destruían, y pasaron entonces a hacerlos de piedra, (atendiendo también la lectura de las Escrituras, según las cuales eran de piedra los altares erigidos por los Patriarcas Abraham, Isaac y Jacob),
De la mesa de madera se pasó al material sólido que consistían en una mesa de piedra casi cuadrada sostenida por una sola columna o por cuatro, cada una en un extremo; luego vino una totalmente en forma de cubo vacío donde se colocaban las reliquias de los mártires, después en forma de cubo macizo levantado sobre el sepulcro de un mártir. (esto último condujo a la búsqueda febril de reliquias de Mártires para la dedicación de nuevos altares). Ante la escases de reliquias de santos y de mártires se colocaron tres hostias consagradas, que luego fueron cambiadas por tres granos de incienso, pero en el siglo XIV se prohibió tal costumbre.
Para los antiguos cristianos el altar tenía una significación tal que era considerada una mesa santa, sin mancha, que no puede tocarla cualquiera, sino los sacerdotes y con circunspección religiosa (Cfr. S. GREGORIO NISENO, De anima et resurrect., 14). Por esto según la antigua disciplina nada podía colocarse sobre el altar que no sirviese directamente para el sacrificio. Por esto mismo la Iglesia ordenó que el Sacerdote y el diácono lo besaran (y antiguamente eran varios los besos que durante la celebración se le daban). Entonces la historia del Altar cambió con el tiempo y con la importancia que se dió al culto de los mártires, lo que llevó a colocarlo contra las paredes debido a los hermosos y ricos retablos que se edificaron para resaltar sus virtudes, de allí que el Sacerdote tuviera que celebrar la Eucaristía de espaldas al pueblo, con todos los inconvenientes que esto trajo. Hubo momentos en que se le adornó con los famosos Baldaquinos,
El altar también se suele decorar con un ANTIPENDIO o sea un velo o tela rica que cuelga por delante del altar. Sin embargo ahora no se nombra esto en los libros Litúrgicos, se busca preferentemente que nada obscureza lo que se celebra encima del Altar. En algunas de nuestras Iglesias se conservan las CANCELAS, una cerca baja que servía para separar el presbiterio de la nave central. Dividía el lugar reservado al clero del espacio propio de los fieles. En la Iglesia antigua eran rigurosísimas las normas que prohibían a los seglares, especialmente a las mujeres, el acceso al santuario. (Por ejemplo el Concilio de Laodicea -S. IV-). estas balaustradas se fueron enriqueciendo ostentosamente y dieron origen a las PERGOLAS, (llegaron a ser especies de columnas ricamente adornadas que hacían parte de las cancelas).
"El Señor Jesucristo, al instituir, bajo la forma de un banquete sacrificial, el memorial del sacrificio que iba a ofrecer al Padre en el ara de la cruz, santificó la mesa en la cual se reunirían los fieles para celebrar su Pascua, Así, pues, el altar es mesa de sacrificio y de convite en la que el Sacerdote, en representación de Cristo Señor, hace lo mismo que hizo el Señor en persona y encargó a los discípulos que hicieran en conmemoración suya..."
(Introducción a la dedicación de un altar)
"Es competencia del Obispo, a quien está encomendado el cuidado de la Iglesia particular, dedicar a Dios los nuevos altares levantados en su Diócesis... en circunstancias especialísimas puede dar un mandato especial para ello a un presbítero".
(Ceremonial de los Obispos Nn. 918ss)
No se deben colocar sobre el altar cuadros o reliquias de santos para la veneración de los fieles (op.cit. 921).
"Padre celestial, que quisiste atraer todas las cosas hacia tu Hijo, levantado en el altar de la cruz, infunde tu gracia celestial sobre quienes te dedicamos este altar, en el que NOS ALIMENTARAS PATERNALMENTE, cuando nos congreguemos EN LA UNIDAD, para que, con la gracia del Espíritu Santo, formemos un pueblo a ti consagrado. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos". AMEN.
(Pontifical. Para la dedicación de un Altar. Oración Colecta. Pag. 586)
Nota: Es importante leer la Instrucción General del Misal Romano
LITURGIA
EL AMBÓN:
UN LUGAR SIGNIFICATIVO EN LA ASAMBLEA
NOTA: sobre este Tema pueden consultar, entre otros, Revista VIDA PASTORAL. Año 30 No. 106 Abril/junio 2002
EL AMBÓN, UN LUGAR DE LA PALABRA:
LOS TESTIMONIOS DEL PASADO
E1 ambón, lugar desde el que, en la liturgia son pro¬clamadas las Escrituras, como es sabido, es descendiente directo de la tribuna desde la que se leen los libros santos en la sinagoga y como tal tiene su ante¬pasado y progenitor en la tribuna alta desde la que el sa¬cerdote Esdras, en el momento de la reconstrucción en tiempo del Gobernador Nehemías, leyó delante de todo el pueblo reunido el reencontrado libro de la Ley (Ne 8, 4).
Su nombre deriva del griego anabaino (subir en alto). Otros menos exactamente lo hacen derivar del latín ambio (rodear) porque se trata de una tribuna que rodea por to¬dos lados al lector.
Otros nombres latinos que ha tenido son pulpitum, suggestus, pluteus, pyrgus, ábsida, exedra y también auditorium, tribunal, dicterium, lectridum, legitorium, analogium: todos son nombres que mientras que indican la destinación a la proclamación de la Palabra, subrayan la altura del ambón.
Sabemos de ambones en las iglesias cristianas desde el s. IV, es decir, desde que terminadas las persecuciones, los cristianos pudieron organizar su propia vida litúrgica y construir lugares de culto.
El primer testimonio oficial viene del canon 15 del Conci¬lio de Laodicea, que en 371 habla de él como de un ele¬mento conocido de todos: de hecho, prohíbe subir a él cualquiera que no esté encargado oficialmente de la lec¬tura bíblica o del canto de los salmos en la liturgia.
Desde entonces, los testimonios se multiplican tanto en Oriente como en Occidente. Me limito a citar el de Grego¬rio de Tours, que, hablando de la basílica construida sobre el sepulcro de Cipriano dice: "el analogius sobre el cual se pone el libro para leer es maravilloso... está hecho de un solo bloque de mármol, se compone de un plano al que se sube por cuatro gradas, de una balustrada que lo circunda y de cuatro columnas que lo sostienen desde abajo, de he¬cho es un pulpito en el que pueden estar ocho personas". Y el de Víctor de Vita, que en la historia de las persecucio¬nes de los vándalos narra cómo un salmista fue traspasa¬do en la garganta por una flecha mientras cantaba el Aleluya desde el ambón.
El más célebre entre los ambones de la antigüedad es segu¬ramente el de la Basílica de Santa Sofía, en Constantinopla, del que Pablo Silenciario nos ha dejado una descripción:
"Este ambón consistía en una gran tribuna, alzada hacia el centro del edificio, bajo la cúpula. Su masa lo hacía parecer una torre deslumbrante por el fuego de innumerables piedras preciosas engastadas en los mármoles de los colo¬res más raros y espléndidos.
El ojo reposaba sobre superficies de plata y de marfil que contrastaban con el esplendor de los otros. Sobre el palco se erguía una logia revestida de láminas de oro". Tenía dos escaleras, una hacia Oriente, la otra hacia Occidente; tenía dos pisos: un palco inferior para las Escrituras, y uno su¬perior, sólo para el Evangelio. Sobre la logia había una cúpula coronada por la cruz. Desde el ambón hasta la so¬lea había un corredor con fino enrejado.
La época de oro de los ambones es entre los siglos VI-XII, que nos ha dejado magníficos monumentos que maravillan por su riqueza simbólica y su profundidad teológica. Des¬pués, al volverse cada vez menos importante e incompren¬sible la lectura de las Escrituras y con el debilitamiento de la centralidad del misterio pascual en la vida de la Iglesia y en la liturgia, y habiéndose separado la predicación de la Pala¬bra de Dios, proclamada en la celebración, el ambón fue gra¬dualmente sustituido por el púlpito, hasta que entre el final se deja a la contemplación de los turistas y de los conoce¬dores.
LA REFORMA LITÚRGICA: DEL REDESCUBRIMIENTO DE LA PALABRA
AL DEL AMBÓN
El movimiento litúrgico afirmado luego en el Concilio Va¬ticano II ha redescubierto la importancia de las Escrituras y de su proclamación en la liturgia, como lo atestiguan los esfuerzos realizados y las estratagemas inventadas en dis¬tintos países desde el comienzo del siglo hasta las víspe¬ras del Concilio para hacer inteligibles las lecturas bíblicas de la liturgia: grupos bíblicos, vigilias, misalitos y subsi¬dios varios, comentadores, paráfrasis, traducciones.
Su importancia no deriva sólo del hecho que de la Escritu¬ra se toman las lecturas que serán explicadas en la homilía y los salmos que serán cantados en la celebración, sino que de su fuerza y de su espíritu están permeadas las pre¬ces, las oraciones y los himnos, y de ella toman significa¬do las acciones y los gestos litúrgicos (SC 24).
Pero en primer lugar, del hecho que cuando en la liturgia se leen las Escrituras, Cristo está presente en su Iglesia (ib, 7), más aún, es Él mismo el que habla cuando se pro¬clama su Evangelio (ib. 33). Por esto el Concilio desea que la mesa de la Palabra de Dios en la liturgia, esté dispues¬ta de forma abundante, amplia, sabrosa (ib. 35), sobre todo en las misas (ib 51-52).
La Dei Verbum, además, una vez que afirma la estrecha relación entre las santas Escrituras y el Cuerpo de Cristo, las unas y el otro pan de vida, pone sobre el mismo plano la veneración con que siempre han sido rodeadas las Escrituras en la Iglesia y la tradicionalmente tributada al Cuerpo de Cristo en la Eucaristía (Dei Verbum, 21).
Esta toma de conciencia debía inevitablemente llevar al redescubrimiento del lugar de la proclamación de las Es¬crituras en el espacio litúrgico.
Prueba de ello es el itinerario de la reforma litúrgica, des¬de la instrucción ínter Oecumenid del 26 de septiembre de 1964, que se limita a prescribir: "Es conveniente que haya (en la Iglesia) un ambón, o ambones, para la proclamación de las sagradas lecturas. Que estén dispuestos de tal modo que el ministro pueda ser cómodamente visto y oído por los fieles" (n. 96), al Misal Romano de 1970.
Éste, en sus Praenonata, establece que el ambón no debe ser un simple facistol móvil, sino un lugar apto para la pro¬clamación, hacia el que converja la atención de los fieles, precisa que desde él sean proclamadas las lecturas, el salmo responsorial, el pregón pascual, y, eventualmente, la homilía y la oración universal, por la estrecha relación que tienen las lecturas, e indica a los ministros que regu-larmente pueden subir a él: el diácono, el lector, el salmista, pero no el cantor, el comentador y el animador del canto (1GMR 272).
Por último, la Introducción al Ordo Lectionum Missas, segunda edición de 1981, una vez afirmada la importancia de la Palabra en la celebración, que en ella tiene su fundamen¬to y de ella toma su fuerza -al punto que por ella la cele¬bración es un evento nuevo y enriquece la Palabra misma con una nueva eficaz interpretación (n. 3)- explica que el lugar de la proclamación de la Palabra, además de favore¬cer la escucha y la atención de los fieles, debe ser elevado, estable, bien cuidado, oportunamente decoroso, suficien¬temente espacioso, respondiendo a la dignidad de la Pa¬labra, de modo de hacer percibir, por su estructura y su forma, la relación existente entre la mesa de la Palabra de Dios y la del cuerpo de Cristo (ib. nn. 32-33).
EL AMBÓN: DE LA FUNCIÓN AL SÍMBOLO
Esto significa que, como todos los lugares, los objetos y las demás cosas destinados al culto, el ambón debe expre¬sar una realidad y significados que van más allá de la pura funcionalidad, aunque ésta sigue siendo ciertamente funda¬mental. La ritualidad con la que el hombre relaciona su vida con el mundo divino y recoge su irrupción, nunca es pura función utilitaria, sino gratuidad, poesía, belleza, expresión simbólica, signo y símbolo de realidades superiores. Ella no se agota en las palabras y en los gestos, sino que abarca materiales, formas, luces, colores, expresiones artísticas.
El significado que el ambón tiene en la liturgia deriva de la naturaleza de la Palabra que en él es proclamada. El ambón, como la tribuna de las sinagogas y la tribuna alta de madera desde la que el sacerdote Esdras leyó al pueblo el libro de la Ley descubierto, es el lugar de las Escrituras. Pero según la enseñanza del Señor, el día de la Resurrección otro; altura que anuncie el Monte de la antigua y nueva Ley y exprese la trascendencia de la Palabra que viene de lo alto, y exige, para ser acogida, que nos elevemos de los problemas y de las preocupaciones contingentes de cada día: son constantes que necesitan seguramente ser reinterpretadas y traducidas, pero que no pueden ser ignora¬das por los ambones de nuestras iglesias, si se quiere que la proclamación de la Palabra en la liturgia no sea una simple lectura de un texto sacro, sino una celebración del Verbo, luz y vida, por el cual todo ha sido hecho, que se hizo carne, levantó su tienda en medio de nosotros para relevarnos la gloria del Padre y llenarnos de la gracia y la verdad que están en Él, para darnos el poder de llegar a ser hijos de Dios y conducirnos, vencedor de la muerte, consigo al seno del Padre.
Escribe Crispino Valenciano, al concluir su estudio sobre el ambón en candelabro: "Una deculturación idéntica a aquella por la que el día del Señor" se hizo domingo del reposo semanal y del precepto festivo, ha dañado en mala forma el ambón, haciendo de él, ayer el pulpito de la pre¬dicación parenética, y hoy un facistol de la lectura ritual.
Es el proceso de la función que disminuye la estructura, y por lo mismo el signo que, alejado de todos sus compo¬nentes simbólicos, no logra hacer presente lo ausente: el significado no brota y la celebración se desvanece.
La actual reforma litúrgica ha tratado de reclutar el ambón; pero de hecho se ha aclimatado -junto a altares sin criterio y a bautisterios inexpresivos- horribles añadi¬dos que ni siquiera son funcionales; pueden ser funciona¬les solamente por los aparatos acústicos incorporados a ellos, que de los pulpitos construidos con buen gusto y buen sentido del siglo XVI en adelante sólo estructuran la insignificancia simbólica".
Si queremos recuperar el sentido de la celebración superan¬do el funcionalismo y el consumismo litúrgico que aflige a nuestra época, es necesario "reculturar" el ambón como lugar de la celebración de la Palabra, lugar del que viene ritualmente proclamado el Evangelio de la Resurrección ce¬lebrado en los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía, celebración él mismo de este misterio, preparado por los profetas, anunciado por los apóstoles, cantado por la Iglesia con las palabras de los salmistas, actuado en los sacra¬mentos pascuales.
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